Siempre me hacen sentir pequeña los aeropuertos. Siempre me hacen sentir pequeña, pero con la familiar pequeñez de quien ama sentirse arropado por el anonimato y sus brazos agigantados y frios.
Observo, miro a mi alrededor. Amo, también, la sensación de poder crear y destruir los caminos de la gente que me rodea, sólo en mi mente y por unos minutos. Imagino quién son y dónde van y es maravilloso.
Igual de maravilloso que el Roaming, que me deja connectar las 3 horas que me tienen secuestrada en Roma, como retrocediendo para tomar carrerilla hasta Santiago. Pienso tanto, que creo que me estalla la mente. Nada nuevo, en realidad.
Escribo y pienso qué debe esperar allí en los proximos días. Ni me lo imagino, ni por asomo.
Supongo que es absurdo, pero la semana siguiente repartirían temas en OT y cantarían lo de volar sin alas. Y con Berta la tararearíamos sin saber muy bien la letra día tras día y reiríamos porque es la enésima canción que cantamos sin saber muy bien la letra.
Y si pienso fuerte y profundo mientras levanta el vuelo esta bestia de avion, no se me ocurre mejor manera de volar que la que es sin alas. Sin motor y, racionalmente, sin levantar ni un pie del suelo. Por suerte, volamos de la forma más irracional: sintiendo un poco de aquí y de allá, sintiendo fuerte, haciendo caso al ombligo. Y, obvio, tomada de la mano de Ella: acompañante, optimista, vital. Y amiga.
Deixa un comentari