Nos contaba A. cómo cruzó la frontera, como travesó la valla. Sin demasiados detalles: su mirada hablaba sola y la simplicidad de sus palabras valía.
Su suerte de correr hacia delante, su desgracia de dejar atrás aquél con quien nació y creció.
Se me erizaba la piel de pensar que dos almas que han compartido útero estén separadas. Tan lejos, que hasta les separa una frontera; tan cerca que sólo les separa una valla.
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Y ayer la miraba a ella, pensando en lo feliz que me hace crecer a su lado, con el sabor amargo del testimonio de A. De pensar qué sería de mi vida si la tuviera lejos. Tan lejos, tan lejos que ni mi pasaporte rojo sería válido para – quizás – volverla a ver.
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