óleo de mujer sin sombrero

hay un momento, en la pista de despegue, en el que la persona que está al mando decide subir. el instante: las ruedas pierden el contacto con el suelo y empiezas a volar. imagino que quien sabe mucho de aviones, me diría que es poco probable morir entonces, pero seguramente quien ha volado antes sabe que soltar la gravedad, a veces implica salir herido.

hace un tiempo nos tiraron las cartas y hay ratos que no se si reír o llorar con lo que salió. la mayoría de días me pasa eso, de no saber si reír o llorar con las cosas y, casi todas las veces, las ganas nacen del mismo sitio. de la emoción que produce mirar y no alcanzar a ver el suelo, de las cosas que van quedando atrás y todas las cosas que quedan por delante. sí: las que viviré, que son algunas, y las que dejaré pasar, sin quererlo o sin saberlo, que son muchas. me decían ayer: si yo hubiera sabido que hoy estaría acá con vos, no hubiera llorado tanto. y quien sabe si yo tampoco, pero todo el mundo tiene miedo cuando los motores empiezan a hacer ruido y todo empieza a tomar la velocidad que escapa de nuestro control.

a ratos me encuentro que no se o no quiero poner palabras a todo esto por miedo que queden matices sin describir y que con el paso del tiempo queden olvidados en algún rincón de mi cuerpo. y que, un día aleatorio, el olor a óleo o las canciones de silvio rodríguez me devuelvan momentáneamente aquí. supongo que por eso llevo tantos días con ésto escrito en la carpeta de borradores y la libreta medio cerrada. lo publicaré sin terminar porque no se como hacerlo y, en todo caso, creo que no quiero que termine.

de todos modos, estos días aprendí que a veces tampoco es necesario volar, que con subirse a un auto por horas y horas, también se hace camino. que, al final, lo importante es seguir eNViaje.

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