Normal es lo contrario de bien. Normal es, también, lo contrario de mal.
Normal es la fuerza de la indiferencia. Esa palabra que no deja margen a comparaciones, a euforias o a tristezas. Normal no deja margen a que cuentes más: es un clamo a la rutina y a lo ordinario. A lo que arrastramos, día a día, sin más entusiasmo que eso: empujar para que nada se salga de los márgenes de nuestras reglas; escritas por nosotros mismos, cumplidas por nosotras mismas.
KM tiene los ojos chiquitos de por sí, pero puedes leer su grado de embriaguez por la apertura de ellos. Si consigues verle las pupilas, con un poco de suerte, la conversación tendrá algo de sentido. Si, por lo contrario, se dibujan dos líneas finitas bajo sus cejas oscuras, sólo reirá, te contagiará su risa estúpida y tendrás un poco de suerte si tu olfato es tan malo como el mío y apenas hueles a eructos de tinto don Simón y a brisa con olor a meado.
Quién sabe qué almacena en su equipaje: de lo poco que lleva en su mochila roñosa y lo mucho que carga sobre sus hombros. Viene de allá donde la vida vale menos que una pizca de coltán y cuesta entender cómo ha llegado hasta aquí. No porqué el viaje haya sido largo y duro. Que supongo que sí.
– ¿Qué tal?
– Pues normal
Y así, siempre. Cada puto día de su vida está normal.
Normal es la fuerza de TU indiferencia: ¿a quién le importa SU respuesta? Normal que huye de respuestas, que huye de preguntas. Normal que huye del ego de quién pregunta, indagando en su miseria, pero profundiza en el YO: normal que sólo él sabe qué coño es. Normal que se aferra a una zona de confort donde ya no quiere más aventura: miente descaradamente, lo sabe y sabe que lo sabemos, pero en la mentira sigue normal.
Tose fuerte: de pecho, de mocos, de cuello. “Cuídate, hombre” se nos escapa en un instinto de fingir que nos importa. Pero en su normal también está su absoluta libertad de no cuidarse y de que no tenga más consecuencias que su vida; y que si se muere no le importará a nadie porque, antes, su vida costaba menos que una pizca de coltán y, ahora, su vida cuesta menos que la lata de Steinburg caliente que aguarda a medias en ese rincón oculto que sólo él sabe.
Normal que se escribe con n de negro y con n de nadie.
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