– Eres un poco rara. No en plan mal. Digo que para ser piel pálida, quizás eres menos racista de lo que pensaba.
Era de noche y salíamos de Roquetas, camino Almería. Quizás en otro momento te habría creído, pero no entonces: me había dado cuenta en demasiadas ocasiones que el tema del racismo no era ajeno a mí. Que mi vida se encontraba demasiadas veces frente al racismo, día tras día. Y no como observadora externa, pues era agente activo, ente pensante, mente inevitablemente racista.
Muchas veces me preguntaba el por qué de las actitudes machistas por parte de personas que yo consideraba próximas a mí, informadas sobre el tema, consecuentes en sus ideales… Y, en esta ocasión, se me arrojaban miles y miles de respuestas: si yo, con mis experiencias, mis vivencias y mis conocimientos no conseguía alejarme del racismo, de las actitudes abiertamente discriminadoras y de los pensamientos que beben puramente de los estereotipos y las etiquetas, ¿cómo lo iban a hacer las personas que no habían conocido como yo, esa realidad tan cercana?
Entonces entendí que, de la misma forma que yo me sentí allí, atrapada en medio de una realidad racializada sin poder librarme de algunas concepciones que seguían escondidas muy en el fondo de mi universo, hay demasiadas personas que no consiguen ponerse, por un momento del lado de aquellas que, todavía, siguen en una posición de opresión.
Y ahora digo…
…yo, la antirracista, que, cuando se me escapaba el ferry, agradecí la actitud racista de la mujer en taquilla, que prefirió atenderme a mí, mujer blanca con pasaporte granate, que a tres hombres que estaban delante mío con pasaporte verde, al grito maleducado de “¡se han colado, primero estaba ella!”. Y asentí, y conseguí mi pase. Ellos no.
…yo, la antirracista, que subí al ferry y, ante la imagen de dos magrebíes discutiendo acaloradamente pensé muy flojito “joder, todos los moros igual, siempre al lío”. Y luego ante la actitud tajante y (pseudo)violenta del segurata pensé más flojito todavía “debe estar hasta los cojones”. Y mi voz racional me dijo “oye, pues quizás no, quizás imbéciles hay en todos lados, quizás el más imbécil ahí era el segurata o quizás no, o quizás se encontraron dos personas de sangre caliente, que anda que no hay encontronazos así entre españoles de pura cepa o entre catalanes antifascistas en situaciones de tensión”. Pero lo primero, ya lo había pensado.
…yo, la antirracista, que esperando en una cola para un control policial, se me acercó demasiado un hombre de aspecto árabe, cargado con dos bolsas y pensé “joder el puto hombre, ¿que no sabe que todos tenemos un espacio vital? Que no se me acerque tanto, hostia. Seguro que se quiere colar, joder con los moros”. No se coló, no me dijo nada, no me tocó: quizás simplemente su espacio vital era menos amplio que el mío, que, en verdad, tampoco es muy difícil.
…yo, la antirracista, que en el ferry estando pensé “menos mal que soy blanca, que soy mujer y que soy europea, menos mal que ante cualquier incidente – llámalo naufragio, llámalo atentado – seré la primera en ser rescatada por delante un ciudadano de cualquier país que esté dentro de los límites de Schengen o algo así”. (Y supongo que nunca nadie ha pensando en el tema atentado en un medio de transporte lleno de musulmanes. Nadie.)
…yo, la antirracista, que cuando me sentí sola cargué contra los africanos que siempre van a su rollo, que por mucha nacionalidad y mucho pasaporte español que tengan, la esencia negra siempre está allí. Cargué, por mis adentros, contra ese andar sobre la marcha, contra ese vivir el momento, contra ese tomárselo todo a la ligera: ¡malditos africanos y su naturaleza! Porque… ¿no será ESA persona en ESE determinado momento? Nada, mejor cagarse en todas las personas nacidas en un continente entero: más fácil, más aliviador para mi espíritu.
…yo, la antirracista, que odié el clima y la vivencia de hermandad, de comunidad, de ayuda mutua que me demostraron los africanos, simplemente porque mi modo de vida, mi forma de existir no congeniaba con eso en ese determinado momento. Yo que grité y lloré, por puro egoísmo y pura falta de atención a mi persona, porque él, negro, no prestó toda la atención que yo creía que necesitaba o merecía.
Y luego me pregunto por qué hay todavía personas machistas que se creen según qué discurso, que no ven que la lucha feminista está en el primer punto del orden del día y que las mujeres vivimos oprimidas en el día a día. Luego me pregunto por qué los hombres no deben encabezar y/o participar en la cara visible de las acciones y las luchas feministas, por qué nos encontramos en medio de acciones no mixtas, en las cuales sólo el oprimido lidera la lucha.
Pues mierda.
Hoy me he visto en ese lado opresor. Hoy me he sentido opresora. Hoy he visto la lucha de la minoría situada entre la mayoría. Y veo, sin duda, que estamos día a día acusando, perpetuando etiquetas, quejándonos de lo personal como si fuera colectivo, echando mierda sobre uno con la excusa que es lo de todos, interpretando símbolos culturales como amenazas a nuestra existencia blanca y privilegiada. Hoy vi que podemos estar allí, apoyando y trabajando en nuestros esquemas mentales pero que, aun con eso, nuestro esquema racista está tan arraigado por dentro y por fuera, que cuesta infinito luchar de forma efectiva contra eso des de nuestras pieles.
Hoy votaré. En clave feminista, como mujer que vivo en este sistema heteropatriarcal de mierda, donde se me oprime: a mí, a mi hermana, a mi madre, a mi amiga y a todas las personas con quién comparto este barco.
Pero hoy también votaré, en clave antirracista, como persona que ha estado educada en un sistema racista y xenófobo, en el que me incluyo, mucho a mi pesar, donde no es suficiente decir “no soy racista porque tengo un amigo negro”: tengo, tenemos romper con esos moldes instalados en nuestras mentes que todavía nos permiten pensar que los moros esto, los negros eso y los asiáticos lo otro.
¡Vamos allá!
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