Rostros de Ceuta: te escribiré en catalán

Le recuerdo especialmente por su peculiaridad física. Los ojos juntitos, el cuerpo redondito. Jersey de lana y la mochila a cuestas. Me sorprendía cómo no dejaban nunca las mochilas: ni para bailar, ni para escribir, ni siquiera para comer. Me sorprendía hasta que pensé que, quizás, eso era todo lo que tenían.

Una libreta. Era alumno aplicado. Líneas y líneas en bolígrafo azul.

Bailaba sutil, pero se notaba que llevaba el ritmo en el cuerpo. Movía sus pies discretamente, como en segundo plano. Él lo sentía así, supongo. También le recuerdo por su peculiar actitud: educado, reservado, la palabra justa, el gesto adecuado.

La libreta. La abrió y se sumergió entre líneas y líneas de bolígrafo azul.

Me miró y recuerdo tanto esa mirada que en el lienzo de mis pensamientos ando dibujándola continuamente. Me dijo que me daría algo, que era sorpresa. Arrancó una página en blanco del cuaderno. Y volvió a las andadas. Página adelante, página atrás.

Cubrió con las manos lo que estaba escribiendo, como enfatizando el secreto que guardaba su regalo. No paraba de mirar de reojo y se burlaba de mí escondiéndolo todavía más.

“Catalán” me dijo, guiñándome el ojo. Me reí por dentro. “Catalán” pensé, por mi misma. Y me pasó el papel doblado.

Abrí.

Y ¿sabéis qué?

Había escrito “LA NOSTRA CASA ÉS EL MÓN” .

Así, con los acentos y todo.

Así, con la caligrafía ordenadamente forzada de alguien que trabaja duro para escribir cada letra.

Así, con la naturalidad de quién sabe que, para mí, esa frase es mucho más de lo que nunca creerá.

 

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